Época: ReligiosidadPlenitud
Inicio: Año 900
Fin: Año 1100

Antecedente:
Ordenes religiosas



Comentario

Aunque el ambiente, favorable al renacimiento monástico era general en Occidente, la importancia histórica de Cluny reside en su originalidad institucional. Su acierto consistió, en efecto, no tanto en potenciar o encabezar el retorno a los ideales benedictinos en una serie de monasterios, cuanto en ligar a todos ellos a una misma estructura orgánica. La fundación de una orden superadora del aislamiento, hasta entonces crónico, entre las distintas casas, permitió así sentar las bases de una nueva unidad del mundo cristiano, que encontraría en la centralización pontificia su otro pilar básico. De forma paralela, aunque sin presentar la uniformidad institucional cluniacense, se desarrollaría en Alemania un movimiento de renovación monástico de importancia equiparable en el que, a diferencia del modelo francés, la vinculación a determinados linajes aristocráticos resultaría altamente beneficiosa. Ambos movimientos junto a otros de rango menor localizados en Flandes e Italia, constituyen la primera gran oleada de renovación monástica del tronco benedictino que se plasmaría, con el tiempo, en el nacimiento de nuevas órdenes.
El 11 de septiembre de 909 Guillermo III de Aquitania concedía al monje Bernon un solar en la región de Maçon (Borgoña) para que edificara un monasterio. El hecho en si, equiparable a otros muchos coetáneos, ofrecía sin embargo la peculiaridad de que, desde un principio, Bernon y sus compañeros se acogían a la "inalienable propiedad de los Santos Pedro y Pablo", o lo que es lo mismo, a la directa protección de la sede de Roma. Esta directa ligazón -libertas romana-confirmada en 932 por Juan XI mediante un solemne privilegio, implicaba la independencia del monasterio respecto de cualquier poder laico o eclesiástico, lo que unido a la indudable valía de los primeros abades, iba a permitir a Cluny convertirse en el principal de los monasterios europeos hasta bien entrado el siglo XII. La importancia del privilegio de exención resulta difícil de exagerar y superaba con mucho la simple inmunidad al estilo carolingio. Gracias a la exención el monasterio se sustraía tanto a la autoridad de la diócesis correspondiente como a la del rey de Francia, sentando así las bases de una verdadera supranacionalidad. La idea de ligar a toda una serie de monasterios mediante la formación de una orden o familia monástica no era nueva en absoluto, y así puede encontrarse en los proyectos reformistas de san Benito de Aniano (muerto en 821), pero sólo el privilegio cluniacense iba a facilitar su realización práctica.

Desde el punto de vista organizativo Cluny tuvo además la suerte de contar durante sus periodos fundacional y de madurez, entre 909-1109, con la presencia de una serie de abades de excepcional valía y extraordinaria longevidad, lo que no hizo sino favorecer el desarrollo de la orden. Más en concreto, durante todo el siglo XI, considerado con razón el del apogeo de Cluny, la figura de sus dos abades, Odilón (994-1049) y Hugo (1049-1109) permitió acentuar la estabilidad del movimiento.

Durante el gobierno de Hugo el Grande, calificado por sus adversarios como verdadero "rey de Cluny", se sistematizaron definitivamente los aspectos organizativos de la orden. La abadía de Cluny, que en su máximo apogeo llegó a contar entre 400 y 700 monjes, era el centro de la federación y poseía una autoridad indiscutida sobre los monasterios dependientes. A fines del siglo XI se calcula que la orden contaba con 850 casas en Francia, 109 en Alemania, 52 en Italia, 43 en Gran Bretaña y 23 en la Península Ibérica, agrupando a más de 10.000 monjes, sin contar el innumerable personal subalterno. A su vez, los monasterios se dividían en prioratos -la mayoría- cuyo prior era designado por el abad de Cluny, y que debían pagar un importante censo anual (modelo del que Cluny enviaba a su vez a Roma) como signo de sumisión; abadías subordinadas, con poderes de elección del abad aunque de limitada autonomía; y abadías afiliadas, con poderes mayores. Predominaba en cualquier caso la estructura piramidal, similar en todo a la del tipo vasallático, por la que las casas dependían de manera idéntica, e independientemente de su concreto origen (fundación o centro asociado) de la abadía madre. Este verdadero imperio monástico era regido con mano de hierro por los abades de Cluny, elegidos por cooptación, y cuyas frecuentes visitas a cada uno de sus monasterios recuerdan grandemente la actitud de los señores feudales contemporáneos. Sus viajes, igualmente frecuentes a Roma y el hecho de que numerosos Pontífices salieran de las filas de la Orden, demuestra hasta que punto esta justificada la consideración de los abades de Cluny como segundos jefes de la Cristiandad.

Mas Cluny era también un genero de vida y, a la postre, una peculiar forma de entender la espiritualidad. Desde un principio el objetivo originario, que no era otro que el de volver al espíritu y a la letra de la regla benedictina, caracterizada por la castidad, la obediencia y la estabilidad, potenció el rezo litúrgico por encima de cualquier otra consideración. El "opus Dei" u oficio divino monástico, centrado en la celebración coral de la eucaristía se convirtió pronto en la principal, por no decir única, actividad del monje. Esta predilección por lo litúrgico, que no hacía sino subrayar el sesgo fundamentalmente cenobítico dado a la regla benedictina, tenía en los rezos y cantos de los oficios horarios su plasmación práctica, si bien encontraba en la misa conventual de la hora de tercia (mediodía) su verdadero cenit. A tales rezos se añadían los denominados "psalmi familiares", o preces por los protectores laicos, vivos o difuntos, pertenecientes a los principales linajes aristocráticos europeos. El importante papel concedido en concreto a las preces por los patronos desaparecidos no hacía sino favorecer por lo demás las donaciones y otras continuas muestras de favor por parte de los poderosos del siglo, muchos de cuyos segundones formaban parte además de la orden.

Esta dedicación litúrgica orientó además el género de vida de los cluniacenses. Las "consuetudines" de la orden, adaptación de la primitiva regla, apostaban por una moderna ascesis que se plasmaba tanto en el régimen alimenticio como en la práctica ausencia de trabajos físicos. Para evitar el cansancio y permitir el necesario decoro en las celebraciones colectivas, la alimentación de los monjes era abundante y variada: pescado, leche, huevos, legumbres, carne (en caso de enfermedad) e incluso una medida de vino diaria. En cuanto al trabajo manual estaba prácticamente pospuesto, y era efectuado tan sólo por los "conversi", personal subalterno que no tomaba parte en el oficio divino y que a su vez era auxiliado por siervos y aparceros. Se ha dicho con razón que, por todas esas causas, unidas a la especial atención a la calidad de los vestidos y a las normas de higiene, cualquier personaje de origen aristocrático podía encontrarse a gusto en Cluny, como en efecto así fue.

La especialización litúrgica impidió sin embargo un verdadero desarrollo intelectual, por más que los "scriptoria" de la orden realizasen una permanente y febril actividad de copia de manuscritos. Aunque Cluny llegó a disputar, con Montecassino, la primacía de las bibliotecas de Occidente entre los siglos X-XII, su escuela monástica jamás alcanzó un puesto de relevancia. Ello no obsta para que se reconozca a Cluny su importante tarea en la difusión del arte románico y como foco inspirador de intelectuales tan destacados como Abdón de Fleury, Raul Glaber, Orderico Vital, Walter de Coincy, Guillermo de Dijon, etc.

Un último aspecto a destacar en relación con la actividad litúrgica de los cluniacenses fue su apoyo, sin duda inconsciente, a la definitiva clericalización del monacato. Frente a la figura antigua y altomedieval del monje como laico, asistido por uno o dos sacerdotes por comunidad, Cluny multiplicó el numero de sacerdotes entre sus miembros. El decisivo papel otorgado a la misa en la espiritualidad cluniacense, hasta el punto de que tras la celebración conventual numerosos monjes solían celebrar misas privadas, explica por que el cluniacense, más que un penitente ya, "tiende a ser un clérigo regular que oficia" (Chelini).

Más difícil resulta en cambio valorar la concreta relación que la orden de Cluny mantuvo con la nobleza, el clero secular y, en general, el movimiento de la reforma gregoriana.

Respecto a sus contactos con la nobleza, evidenciados incluso en el gran número de personajes de origen aristocrático que profesaron en la orden, hay que reconocer que Cluny, lejos de enfrentarse al orden feudal, apoyó su legitimación. Esto no impide, antes al contrario, aceptar la extraordinaria habilidad de la orden en reforzar su propia autonomía partiendo del acuerdo con la nobleza.

Tampoco sería correcto presentar el privilegio de exención de Cluny como una continua fuente de, enfrentamientos con la estructura diocesana. Por lo general la orden mantuvo relaciones más que cordiales con los obispos y a menudo se ejerció desde los monasterios una positiva labor catequética sobre el medio rural, lo que no podía sino favorecer los intereses de los prelados. En su función supletoria de una estructura parroquial todavía incipiente y como propagadores de la "paz y tregua de Dios" los monasterios favorecieron la cristalización de la autoridad episcopal.

Finalmente, respecto a la contribución de Cluny a la reforma general de la Iglesia, parece indudable que aunque se bate de fenómenos distintos, gregorianismo y reforma cluniacense coincidieron en su objetivo fundamental de devolver a la Iglesia su libertad frente a los poderes laicos. Lo cual no impide reconocer, en el plano concreto, la existencia de importantes diferencias entre ambos movimientos. Ante todo, Cluny jamás rechazó per se el sistema de la iglesia propia, sino que lo utilizó en su favor mediante la cesión a la orden de los derechos de los propietarios. De hecho "el sistema de la iglesia privada es la base jurídica de la orden de Cluny" (Paul). Tampoco ésta actuó como tal en la querella de las investiduras apoyando al Papado, ni intervino en el espinoso asunto de las relaciones monarquía-episcopado.

Sin embargo, por la simple reforma impuesta en sus monasterios, por el papel de los intelectuales vinculados directa o indirectamente a la orden, acervos contrincantes del nicolaísmo y la simonía, por su positiva acción educadora de la capa dirigente y en suma , por su directa vinculación a Roma, cuyo primado moral siempre defendieron, los cluniacenses constituyeron globalmente un elemento fundamental en la consolidación de la reforma gregoriana. Desde luego a largo plazo, el Papado no dudó en utilizar siempre que tuvo ocasión a la orden de Cluny como punta de lanza de su política de centralización, como fue el caso de la Península Ibérica, en donde la abolición del rito mozárabe y la reorganización eclesiástico-monástica estuvieron unidas íntimamente.

A pesar de sus grandes realizaciones, Cluny empezó a demostrar graves síntomas de agotamiento desde principios del siglo XII. Tras el negativo gobierno de Pons de Melqueil (1109-1132), el encabezado por su último gran abad, Pedro el Venerable (1132-1156), no pudo detener la crisis que tras su muerte se apoderó de la orden.

Son varias las causas que parecen explicar el agotamiento del modelo de Cluny, pero sin duda la más importante parece estar en la rigidez de su propia estructura. La excesiva centralización orgánica de la orden, que hacía descansar todo en la figura del abad del monasterio fundacional, impedía la más mínima flexibilidad entre las distintas casas, paralizando así a toda la orden. Otro elemento a destacar fue el de la ordenación, imparable desde fines del siglo XI, de gran numero de monjes atraídos más por el prestigio y la seguridad que la orden ofrecía que por una verdadera vocación. Este hecho, puesto de manifiesto por un autor como Serlon de Bayeux, que denunciaba la entrada en el claustro de caballeros arruinados, con el único objetivo de salir de su pobreza, intentó ya ser atajado sin éxito por Pedro el Venerable. Sus medidas, tendentes a detener la creciente mundanización de Cluny, denunciada repetidamente por san Bernardo en su polémica con el abad borgoñón, llegaron demasiado tarde como para poder hacerse efectivas.

Sería injusto, sin embargo, presentar la aparición de fenómenos como el Cister o la Cartuja como el simple producto de la decadencia de Cluny. Por el contrario, fue el cambio general de orientación del monaquismo occidental, más favorable desde principios del siglo XII a los aspectos eremíticos y ascéticos, el que permitió el nacimiento de las nuevas órdenes. La especialización de la vida monástica en sus distintas vertientes militar, asistencial y ascética obedeció no tanto a la supuesta corrupción del espíritu de Cluny cuanto a su superación histórica.